Napoleón Bonaparte, un ambicioso general republicano, consiguió ser nombrado primer cónsul de la República el año 1799 y emperador de los franceses el año 1804. Sus campañas militares lo llevaron a dominar gran parte de Europa.
Tarragona era entonces una fortaleza inexpugnable. Sus milenarias murallas habían sido reforzadas con numerosas fortificaciones modernas. Varios fortines, edificados alrededor de la ciudad, permitían abatir a los atacantes antes de que pudieran aproximarse al núcleo defensivo.
En el mes de mayo de 1811 un potente ejército napoleónico comandado por el general Suchet, tras acampar cerca de la ciudad con 19.000 efectivos, la sitió.
Además, una flota inglesa, anclada cerca de la ciudad, colaboraba con sus cañones en la defensa y garantizaba la llegada de refuerzos y suministros.
Después de semanas de lucha y abierta una brecha en la muralla, el día 27 de julio de 1811 el ejército francés se lanzó al asalto de la ciudad. Ello trajo consigo una lucha callejera sin cuartel que terminó con un cruento combate frente a la Catedral de Tarragona.
Siguieron tres días de saqueos y matanzas. Se estima que más de once mil personas, civiles y militares, murieron durante este asedio, y nueve mil quedaron heridas. El ejército francés tuvo siete mil bajas.
Un monumento recuerda la memoria de los Héroes que perdieron la vida en el sitio de Tarragona de 1811.